La oscuridad iba y venía en oleadas que poco a poco iban remitiendo. Tessa estaba empezando a sentirse más ligera, ya no era como si un horrible peso la estuviera aplastando contra el suelo. Se preguntaba cuánto tiempo había pasado. Era de noche en la enfermería, pero pudo ver a Will a unas cuantas camas de donde estaba ella, una figura aovillada bajo las mantas, con la oscura cabeza recostada sobre el brazo. El Hermano Enoch le había dado una tisana para que se la bebiera una vez el… [CENSURADO por la autora: spoiler] le desapareciera de la piel, y había caído rendido casi al instante, gracias a Dios. El verlo sufriendo tanto había sido más desgarrador de lo que hubiera podido imaginar.
Ella llevaba ahora un limpio camisón blanco, alguien debía de haber cortado sus acartonadas ropas ensangrentadas y le había lavado el pelo antes de vendarla, le caía suavemente sobre los hombros, y no en encrespadas greñas, enmarañado y con sangre seca.
–Tessa –le llegó una voz en un susurro–. ¿Tess?
Sólo Will me llama así. Ella abrió los ojos, pero era Jem, que, sentado a un lado de la cama, bajaba la mirada hacia ella. La luz de la luna se derramaba a través los altos techos, que lo volvían casi transparente, un ángel etéreo, todo plateado a excepción de la cadena de oro de su cuello.
–Estás despierta. –Él sonrió.
–He estado despierta a ratos –dijo ella entre toses–. Lo suficiente para saber que he estado bien, sin contar con la brecha en la cabeza. Demasiado alboroto por nada… –Tessa bajó la mirada y vio que Jem sostenía algo en las manos: una gruesa taza con un líquido que despedía un vapor aromático–. ¿Qué es eso?
–Una de las tisanas del Hermano Enoch –le contestó Jem–. Te ayudará a dormir.
–¡Todo lo que he estado haciendo es dormir!
–Y es muy entretenido de ver –bromeó Jem–. ¿Sabes que mueves la nariz cuando duermes, como un conejo?
–No lo hago –protestó ella con el susurro de una risa.
–Lo haces –insistió–. Por suerte, me gustan los conejos. –Le tendió la taza–. Bebe sólo un poco –le instó–. Es bueno que duermas. El Hermano Enoch dice que se debe pensar en las heridas y conmociones del espíritu como se hace con las heridas y conmociones del cuerpo. Debes descansar esa parte herida de ti antes de empezar a sanar.
Tessa tenía sus reservas, pero de todos modos tomó un sorbo de la tisana, y luego otro. Tenía un sabor agradable, como a canela. Apenas había dado el segundo trago cuando sintió que una sensación de agotamiento se cernía sobre ella. Se recostó sobre las almohadas escuchando la suave voz de él mientras le contaba la historia de una bella joven cuyo marido había fallecido en la construcción de la Gran Muralla china, y que había llorado tanto por su pérdida que se había convertido en un pez plateado y se había alejado nadando por el río. Cuando Tessa sucumbió al sueño, sintió que sus manos le retiraban la taza de las suyas con delicadeza y la ponía sobre la mesilla. Ella quería darle las gracias, pero ya estaba dormida.
Ella llevaba ahora un limpio camisón blanco, alguien debía de haber cortado sus acartonadas ropas ensangrentadas y le había lavado el pelo antes de vendarla, le caía suavemente sobre los hombros, y no en encrespadas greñas, enmarañado y con sangre seca.
–Tessa –le llegó una voz en un susurro–. ¿Tess?
Sólo Will me llama así. Ella abrió los ojos, pero era Jem, que, sentado a un lado de la cama, bajaba la mirada hacia ella. La luz de la luna se derramaba a través los altos techos, que lo volvían casi transparente, un ángel etéreo, todo plateado a excepción de la cadena de oro de su cuello.
–Estás despierta. –Él sonrió.
–He estado despierta a ratos –dijo ella entre toses–. Lo suficiente para saber que he estado bien, sin contar con la brecha en la cabeza. Demasiado alboroto por nada… –Tessa bajó la mirada y vio que Jem sostenía algo en las manos: una gruesa taza con un líquido que despedía un vapor aromático–. ¿Qué es eso?
–Una de las tisanas del Hermano Enoch –le contestó Jem–. Te ayudará a dormir.
–¡Todo lo que he estado haciendo es dormir!
–Y es muy entretenido de ver –bromeó Jem–. ¿Sabes que mueves la nariz cuando duermes, como un conejo?
–No lo hago –protestó ella con el susurro de una risa.
–Lo haces –insistió–. Por suerte, me gustan los conejos. –Le tendió la taza–. Bebe sólo un poco –le instó–. Es bueno que duermas. El Hermano Enoch dice que se debe pensar en las heridas y conmociones del espíritu como se hace con las heridas y conmociones del cuerpo. Debes descansar esa parte herida de ti antes de empezar a sanar.
Tessa tenía sus reservas, pero de todos modos tomó un sorbo de la tisana, y luego otro. Tenía un sabor agradable, como a canela. Apenas había dado el segundo trago cuando sintió que una sensación de agotamiento se cernía sobre ella. Se recostó sobre las almohadas escuchando la suave voz de él mientras le contaba la historia de una bella joven cuyo marido había fallecido en la construcción de la Gran Muralla china, y que había llorado tanto por su pérdida que se había convertido en un pez plateado y se había alejado nadando por el río. Cuando Tessa sucumbió al sueño, sintió que sus manos le retiraban la taza de las suyas con delicadeza y la ponía sobre la mesilla. Ella quería darle las gracias, pero ya estaba dormida.
Traducido por Aurim.
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